Agarras con fuerza a la desesperación y la lanzas lejos, más allá del marco de la ventana abierta, más lejos de lo que jamás hubieses logrado soñar.
Te diriges al baño, dejando ir un último resoplido, y te encierras en él de un portazo.
Observas tu rostro en el espejo. El ceño fruncido va relajándose poco a poco y los labios apretados van recuperando el color.
Abres el grifo y esperas a que el agua se enfríe antes de refrescarte con ella. Te mojas el rostro, el pelo, el cuello, sientes con placer como las gotas heladas resbalan por tu sedienta piel. Y respiras.
Abres los ojos y te fijas en ellos. Son de un juguetón turquesa; a veces azul, otras verde, pero casi siempre de un matiz indefinible. Tan impreciso como tú.
Abres los ojos y te fijas en ellos. Son de un juguetón turquesa; a veces azul, otras verde, pero casi siempre de un matiz indefinible. Tan impreciso como tú.
Piensas que son bonitos, algo pequeños quizás, pero dotados de hermosura al fin y al cabo. Y te lamentas de que se vean tan faltos de vida, tan apagados como una vela a punto de consumirse.
Tus manos se crispan alrededor de la pica y tus labios forman un rictus que refleja la rabia que empieza a tomar forma en tu interior.
Tus manos se crispan alrededor de la pica y tus labios forman un rictus que refleja la rabia que empieza a tomar forma en tu interior.
Y lo decides. Allí en el baño, encarada a tu propio reflejo.
Se acabó.
Se acabó.
Hace demasiado tiempo que la chica alegre que llevas dentro y que siempre fuiste se quedó encerrada en un negro agujero. Hace demasiado tiempo que tu coraza quedó destruida y a cada golpe que recibes, te vuelves una figura cada vez más débil. Mientras tu mente no hace más que repetir, a cada nuevo sufrimiento, “me están destruyendo”.
Gran mentira. Lo sabes. Ahora lo ves. Tú te estás destruyendo.
Gran mentira. Lo sabes. Ahora lo ves. Tú te estás destruyendo.
Alzas el rostro y te miras por última vez antes de salir del cubículo del baño con una certeza. Nadie te hundirá si tú te mantienes a flote. Nadie te destruirá si tú no te dejas destruir.
Abres el armario, con la determinación corriendo por tus venas y una decisión bailando en el borde de tus labios. No volverán a pisarte, no. Porque no vas a quedarte acurrucada en el suelo tras cada caída.
Abres el armario, con la determinación corriendo por tus venas y una decisión bailando en el borde de tus labios. No volverán a pisarte, no. Porque no vas a quedarte acurrucada en el suelo tras cada caída.
Con la ropa en mano y un brillo de vida cobrando forma en tu mirada, cierras las puertas del armario de un sonoro golpe.
Dejas ir un suspiro de alivio.
Vuelves a ser dueña de ti misma.
Dejas ir un suspiro de alivio.
Vuelves a ser dueña de ti misma.
***
Con cariño,
Moira.
(P.D: Si faltan espacios entre algunos fragmentos es culpa de blogger, que me odia y no me hace caso.)