domingo, 30 de noviembre de 2008

Un olvidado retazo de esperanza.


La vida es caprichosa. La vida es injusta. La vida es incomprensible. O quizás, como una suposición bastante probable, sean los humanos los que la hacen así.

Esta tarde encontré un papel olvidado en mitad de una calle de paredes repletas de pintadas que expresaban lo injusta que es la vida, lo doloroso que es el amor; abarrotada de gente demasiado ocupada en expresar su descontento como para perder su preciado tiempo en pensar, en disfrutar.

Ese papel, ese pedazo de pergamino repleto de un algo especial, decía así:


Sentada entre cojines pienso en ti,
con la mirada perdida
imagino verte aquí.
Pero sé que aunque no pueda oírte
puedo escucharte.
Y que pronto o tarde
estaremos delante.
Y yo mientras tanto,
sentada entre cojines pienso en ti,
y con la mirada perdida,
imagino verte aquí.

Y sé que…
Pronto o tarde, estaremos delante.

Puede que sean los versos de una canción. Tal vez el intento de una poesía. O simplemente, la expresión materializada de un valioso sentimiento.

No sé con exactitud que es, pero desde luego, sí sé lo que significa.

Significa que existe un alguien, un ser diferente que brilla en un mundo repleto de oscuridad, que tiene el mayor regalo que a cualquier ser viviente, ninfa, duende o persona, le pueden conceder.

Alguien, mayor o pequeño, novicio o con la carga de la experiencia a sus espaldas, sabe ver con el corazón.

Alguien que ha dejado caer un retazo de esperanza en mitad del caos y que está dispuesto a esperar a pesar del tiempo, de las injusticias y de la incomprensibilidad.

Y yo me pregunto si ese alguien, es alguien como yo. Y de paso, querido lector, te pregunto, con toda mi osadía, si ese alguien, es alguien como tú.

Quizás vale la pena que pierdas unos preciados minutos de tu tiempo en pensar en ello.

Con cariño,
Moira, la ninfa del destino.

jueves, 20 de noviembre de 2008

La cadena del amor.


Curioso día el de hoy, sin duda.

Para variar, vagaba yo por el mundo de los humanos observando y analizando las calles y todo lo que en ellas hay, cuando dos personas llamaron mi atención.

El molesto ruido del claxon de los coches o el estrepitoso sonido que emitía el motor de las motos no lograban hacer desaparecer ése aura de paz que los envolvía.

Sus brazos enlazados, el compás armonioso de su caminar, sus miradas llenas de cariño, sus sinceras sonrisas, eran una muestra clara y concisa del amor que se profesaban.

El paso del tiempo y sus dificultades no habían logrado separarlos. Al contrario, habían hecho más fuerte el lazo de su amor.

Porque, ¿es que acaso no se crece uno en la debilidad?

Ellos eran la clara prueba de que la respuesta era un indudable sí.

Ella, con el rostro arrugado, sus sensuales curvas perdidas, su abundante cabello desaparecido, los labios maltratados por el paso de los años, seguía siendo bella a los ojos de su marido. Y no era necesario hablar con él para saberlo, bastaba con prestar atención a las miradas y palabras que le dedicaba.

Él, perdido ya su atractivo varonil, sus músculos caídos, su tez reseca y áspera, sus manos rudas y deterioradas por el trabajo, seguía siendo el hombre más apuesto para ella. Seguía atrayéndola como la primera vez, porque a pesar de que la belleza física había sido arrastrada con el paso del tiempo, permanecían sus virtudes. Aquellas que una vez la enamoraron y que la habían mantenido, y la mantenían, unida a él para el resto de la eternidad.

La gente al pasar, niños y adultos, los observaban con detenimiento. Y a muchos, por no decir a todos, se les escapaba una tierna sonrisa o un sutil suspiro. Incluso me atrevería a afirmar que a la mayoría les invadía el mismo deseo fugaz de vivir una vejez similar.

Seguí mi camino con la misma sonrisa bobalicona, sí, aquella que relucía en los rostros de aquellos que presenciaban la escena, pintada en mis labios. Al pasar frente a un callejón me detuve. Allí, arropados por la oscuridad, otra pareja vivía su propia historia de amor.

Se entregaban el uno al otro, como si la vida les fuese en ello, a la pasión. Sin embargo, algo fallaba en la escena.

El fuerte cuerpo de él la aprisionaba, impidiendo el paso del aire entre ellos, dañando el débil cuerpo que se hallaba preso entre él y la pared.


Cuando sus labios se separaron, ella aprovechó para hacerle saber que le estaba haciendo daño.

Pero él no se separó. Simplemente, volvió a besarla, con más rudeza, con más ansiedad. Como si su propia existencia dependiera de lo que había más allá de los labios de ella.

Ella, dominada por la fogosidad de su compañero, ahogó un grito de dolor cuando él le cogió de los cabellos con fuerza y la atrajo más hacia su cuerpo, si cabe, para profundizar el beso. Mientras con la mano que le quedaba libre la acariciaba sin pudor por doquier donde le apeteciese. Y ella lo permitía, más por miedo a replicar, que por placer a ello.

Pronto, como era de esperar, empezó a sentirse mareada. No había espacio para que sus pulmones se llenasen de oxígeno y él casi no le daba tiempo para respirar entre beso y beso.

Si no paraban durante unos segundos, tan sólo un instante, acabaría desmayándose irremediablemente.

Lo empujó levemente, con suavidad y cariño, para hacerle saber, en una petición silenciosa, que necesitaba un poco de espacio.

Pero él la ignoró.

Volvió a intentarlo, esta vez con un poco más de fuerza.

La reacción fue la misma.

Una sensación de agobio y ansiedad se apoderó de ella. Necesitaba espacio.

No era un capricho; era una necesidad.


Alterada, empujó con todas sus fuerzas al cuerpo que seguía encima de ella impidiéndole algo tan vital como la simple acción de respirar.

Cogió varias bocanadas de aire y sintió como la ansiedad iba desapareciendo, dando a su vez lugar a la calma.

Calma que duraría poco. Era perfectamente consciente de ello. Probablemente ahora comenzaría una intensa discusión que bien sabe Dios cómo acabaría.

Levantó sus ojos y no se sorprendió de la ira que empañaba los azulados ojos de él. Aquellos que en su día la habían hechizado y que aún la mantenían presa, sin intención alguna de dejarla marchar.
Sin más, se limito a coger aire de nuevo y esperar, con inusitada paciencia, a que explotase la furia de su compañero. Me alejé del lugar cuando los gritos empezaban ya a oírse.

Inevitablemente, mi mente dio rienda suelta a aquellas cuestiones que de boca de muchos había oído ya y que, en contables ocasiones, habían despertado mi interés.

El amor, un sentimiento extraño. No contiene la simplicidad de la amabilidad, a pesar de que la misma amabilidad contiene una fuerte connotación de cariño, de amor. Se identifica con el fuego, elemento de la pasión, de la locura. No tiene definición. No sigue ninguna regla. Es efímero, para algunos. Eterno para otros. Un juego para muchos, un compromiso para otros tantos.

Es respeto y descontrol al mismo tiempo. Coherente e incoherente a la vez. Crea incertidumbre, alegra corazones. Rompe ilusiones, genera esperanzas.

Tantas contradicciones juntas. Tantas fases, tan poca vida.

¿Cómo definir un sentimiento así? ¿Hay algo que se le asemeje?

Como ya os he dicho, hoy ha sido un día curioso. He visto dos caras de un mismo sentimiento, de una misma realidad.

Por un lado, el amor puro. Aquél que se asemeja a la calma que llega después de una tempestad. Aquél amor que se fundamenta en el respeto, en el cual ha muerto la pasión pero ha permanecido el cariño, la confianza, el conocimiento.

Por otro lado, el amor inexperto, el amor prematuro. Aquél que genera relaciones tormentosas, mantenidas tan sólo por el hechizo que crea en los corazones jóvenes la peligrosa combinación entre el deseo y la pasión.

¿Cuál es el válido? ¿Cuál es mejor?

¿No son ambos necesarios, complementarios?

¿Quién no ha vivido la inocencia del primer amor? Tan puro, tan esperanzador. Tan desolador.

¿Quién no ha experimentado los impulsos del deseo? ¿Quién no ha cedido a caer en las redes de la pasión? ¿Quién no se ha dejado llevar, alguna vez, por la locura y sus ideas?

¿Y quién no vivirá, si no lo ha vivido ya, la estabilidad de un amor crecido en los años? Donde la confianza inunda el ambiente, el respeto es patente en cada gesto, y el cariño baila en las miradas. ¿No es acaso, éste, también amor?

Actualmente, los humanos, en vuestra sociedad vendéis el amor prohibido. Dejando de lado los demás o simplemente quitándoles atractivo, importancia.

Y ello me lleva a pensar en aquella metáfora que de algún viejo amigo oí una vez. Aquella que dice que si en una cadena quitas un eslabón, la cadena queda incompleta e incluso puede llegar a romperse.




Simplemente, pensad en ello.


Atentamente,
Moira.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Bienvenidos.


Bienvenidos a éste mi refugio. El rincón donde todo aquello que ronda mi abstracta mente toma forma y queda archivado.

Os abro de este modo las puertas a mi mundo, tan real, tan ficticio, como yo.

Todo lo que leáis aquí llevará una parte de mí, eso ya lo sabéis. Pero ello no implica, de ningún modo, que cuando el protagonista de mis relatos sea un "ella", sea yo; ni que cuando el texto que escriba sea triste, yo lo esté.

Lo que leereis será un reflejo de mí, pero nunca me vereis a mí directamente.

Bécquer, para variar, se me ha adelantado y ya ha escrito sobre lo que ahora mismo intento decir. Así que, como yo no lo voy a superar, me permito citarle:

"Por lo que a mí toca, puedo asegurarte que cuando siento no escribo. Guardo, sí, en mi cerebro escritas, como en un libro misterioso, las impresiones que han dejado en él su huella al pasar; éstas, ligeras y ardientes, hijas de la sensación, duermen allí agrupadas en el fondo de mi memoria, hasta el instante en que, puro, tranquilo, sereno, y revestido, por decirlo así, de un poder sobrenatural, mi espíritu las evoca, y tienden sus alas transparentes que bullen con un zumbido extraño, y cruzan otra vez mis ojos como en una visión luminosa y magnífica...

Si tú supieras cómo las ideas más grandes se empequeñecen al encerrarse en el círculo de hierro de la palabra; si tú supieras qué diáfanas, qué ligeras, qué impalpables son las gasas de oro que flotan en la imaginación, al envolver esas misteriosas figuras que crea, y de las que sólo acertamos a reproducir el descarnado esquelto; si tú supieras cuán imperceptible es el hilo de luz que ata entre sí los pensamientos más absurdos, que nadan en su caos; si tú supieras...pero ¿qué digo? Tú lo sabes, tú debes saberlo.

¿No has soñado nunca?

¿Al despertar te ha sido alguna vez posible referir con toda su inexplicable vaguedad y poesía lo que has soñado?"

Gustavo Adolfo Bécquer, Cartas literarias a una mujer.


En fin, aquí queda dicho: curiosead, leed, criticad, debatid...en definitiva, opinad de todo cuanto aquí leáis.


Atentamente,
Moira, la ninfa que ronda estos lares.