lunes, 1 de junio de 2009

Determinación


Agarras con fuerza a la desesperación y la lanzas lejos, más allá del marco de la ventana abierta, más lejos de lo que jamás hubieses logrado soñar.
Te diriges al baño, dejando ir un último resoplido, y te encierras en él de un portazo.
Observas tu rostro en el espejo. El ceño fruncido va relajándose poco a poco y los labios apretados van recuperando el color.
Abres el grifo y esperas a que el agua se enfríe antes de refrescarte con ella. Te mojas el rostro, el pelo, el cuello, sientes con placer como las gotas heladas resbalan por tu sedienta piel. Y respiras.

Abres los ojos y te fijas en ellos. Son de un juguetón turquesa; a veces azul, otras verde, pero casi siempre de un matiz indefinible. Tan impreciso como tú.
Piensas que son bonitos, algo pequeños quizás, pero dotados de hermosura al fin y al cabo. Y te lamentas de que se vean tan faltos de vida, tan apagados como una vela a punto de consumirse.

Tus manos se crispan alrededor de la pica y tus labios forman un rictus que refleja la rabia que empieza a tomar forma en tu interior.
Y lo decides. Allí en el baño, encarada a tu propio reflejo.

Se acabó.
Hace demasiado tiempo que la chica alegre que llevas dentro y que siempre fuiste se quedó encerrada en un negro agujero. Hace demasiado tiempo que tu coraza quedó destruida y a cada golpe que recibes, te vuelves una figura cada vez más débil. Mientras tu mente no hace más que repetir, a cada nuevo sufrimiento, “me están destruyendo”.

Gran mentira. Lo sabes. Ahora lo ves. te estás destruyendo.
Alzas el rostro y te miras por última vez antes de salir del cubículo del baño con una certeza. Nadie te hundirá si tú te mantienes a flote. Nadie te destruirá si tú no te dejas destruir.

Abres el armario, con la determinación corriendo por tus venas y una decisión bailando en el borde de tus labios. No volverán a pisarte, no. Porque no vas a quedarte acurrucada en el suelo tras cada caída.
Con la ropa en mano y un brillo de vida cobrando forma en tu mirada, cierras las puertas del armario de un sonoro golpe.

Dejas ir un suspiro de alivio.

Vuelves a ser dueña de ti misma.
***
Con cariño,
Moira.
(P.D: Si faltan espacios entre algunos fragmentos es culpa de blogger, que me odia y no me hace caso.)