El viento mueve juguetonamente la hierba del prado, logrando que las finas hojas me hagan cosquillas en las piernas, justo tras las rodillas.
El Sol resplandece en la bóveda celeste, despejada hoy de cualquier nube, reluciendo así su color azul: vivo y alegre.
Los días de Abril son realmente agradables. Ni frío ni calor. Todo ello sumado a un viento fresco, que es semejante a un aliento de vida, que sopla con frecuencia.
La quietud que reina en el ambiente se ve interrumpida de pronto por unas risas vivas y juveniles. Acompañando las voces, dos traviesos duendecillos aparecen de detrás de los árboles.
Los observo. Me empapo de la frescura de su risa, de la inocencia de su mirada, de la despreocupación que desprenden en esencia.
Son la reencarnación de aquellas grandes cualidades que todos tuvimos una vez y que todos acabamos anhelando. Al igual que ellos harán en su debido momento.
Viéndoles tan sólo puedo recrear un pensamiento. Y es que si yo fuese libre como el viento que acaricia mi piel, si mi vida estuviese regida por tal deliciosa despreocupación, si mi alma poseyese la pura inquietud de la inocencia, me sumergiría en el arte del conocimiento. Y entonces, con los brazos abiertos, me dejaría acunar por la felicidad.
El Sol resplandece en la bóveda celeste, despejada hoy de cualquier nube, reluciendo así su color azul: vivo y alegre.
Los días de Abril son realmente agradables. Ni frío ni calor. Todo ello sumado a un viento fresco, que es semejante a un aliento de vida, que sopla con frecuencia.
La quietud que reina en el ambiente se ve interrumpida de pronto por unas risas vivas y juveniles. Acompañando las voces, dos traviesos duendecillos aparecen de detrás de los árboles.
Los observo. Me empapo de la frescura de su risa, de la inocencia de su mirada, de la despreocupación que desprenden en esencia.
Son la reencarnación de aquellas grandes cualidades que todos tuvimos una vez y que todos acabamos anhelando. Al igual que ellos harán en su debido momento.
Viéndoles tan sólo puedo recrear un pensamiento. Y es que si yo fuese libre como el viento que acaricia mi piel, si mi vida estuviese regida por tal deliciosa despreocupación, si mi alma poseyese la pura inquietud de la inocencia, me sumergiría en el arte del conocimiento. Y entonces, con los brazos abiertos, me dejaría acunar por la felicidad.
*
Atentamente,
Moira, una ninfa sumergida en sus anhelos.
6 comentarios:
Me pareció como si fuese un relato triste, anhelando algo que no llega.
Ahora mismo escribo el Miedo al paso del tiempo, y simplemente me recordó a aquello.
Besos moirita de mi corazón.
De hecho, Morrigan, querida, sí, el relato trata acerca de un anhelo que parece harto imposible. No precisamente la felicidad en sí, pero sí un qué que proporciona una felicidad particular.
En fin, como ya te dije, gracias por pasarte :)
Un fuerte beso para ti, bonita.
¡Que bonito, Moira! Es extraño yo que te diga esto, ¿verdad? :D
Al leerlo, no he podido evitar preguntarme si algún día, yo misma, sentiré ese inalcanzable deseo.
Debe ser duro saber que, por más que lo intentes, jamás vas a lograr aquello que tanto anhelas.
Cada día vas acercándote un poquito más a tu gran sueño: ser una gran escritora...
Sigue así...¡TQ!
Cressida ^^
Cressida, cielo, qué alegría :)
Mmm...existen mucha clase de deseos. Y, de forma inconfundible, sobre el que gira el texto es uno de esos que se quedan en simples anhelos. De ese tipo de anhelos especiales que te marcan en cierta forma. No sé si me explico xD
Cariño, como siempre, mil gracias por invertir parte de tu tiempo en pasarte por aquí y dejar tu huella.
Te quiero, reina :)
es que ya te dejé un mensajito...jeje, pero vuelvo a hacerlo porque te ha quedado muy hermoso.
Besos moirita
Morri...un día de estos te comeré, enserio ;) xD Un besito, bonita :)
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